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LETRAS NÓMADAS

Lisboa: el amarillo

Lisboa: el amarillo

Llego con algo de retraso pero no tiene importancia. Aunque el viaje del que voy a hablar a continuación lo hice allá por Semana Santa, en realidad creo que se trata de algo atemporal que puede ser tratado cuando se quiera. Hace algunas semanas que no he trabajado para el blog, pero ya estoy aquí de nuevo y seguiré apareciendo con cierta intermitencia.

Quien conozca Lisboa seguramente alcance a comprender por qué he titulado este artículo como "Lisboa: el amarillo", y es que dentro del colorido que podemos observar en la capital portuguesa puede apreciarse, especialmente en algunas zonas, un ligero predominio del color amarillo en su conjunto: no sólo hablo de edificios, también los autobuses son de este color, y por supuesto también ¡el tranvía! el rasgo distintivo de Lisboa. Aunque curiosamente me falló un elemento en este panorama: los Correos de Portugal, sus buzones, son de color ¡rojo! Exactamente como en Inglaterra.

Mi color favorito es el amarillo (como las paredes de mi habitación), pese a quien le pese (consciente de la mala fama de este color en mi país, España), así que no fue muy complicado que esta lunática del amarillo y de los colores acabara enamorándose de Lisboa. No era sólo el amarillo, no eran sólo los tranvías, que tanta magia le dan a una ciudad, eran también sus amplias plazas, sus laboriosas aceras, sus vistas, su Plaza del Comercio (abierta al río Tajo), el barrio de la Alfama y sus tan estrechas callejuelas... ¡su rica comida y sus deliciosísimos dulces! Realmente hacen unos dulces exquisitos en Lisboa, y yo que soy una golosa pues me beneficié del buen hacer de los reposteros lisboetas.

De vuelta en la carretera, de camino, hice una parada de una hora aproximadamente en Évora, un precioso lugar que además tenía monumentos romanos, como un acueducto y un templo de Diana, el emblema de la ciudad. También el color de esta población era de lo más seductor: blanco con toques amarillos. Desde luego yo estaba en mi salsa.

En Évora me resultó algo inevitable que la banda sonora de mi mente mientras paseaba por sus calles fuera el célebre Tango to Evora de Lorena McKennitt, tan hermosa melodía para dar colofón a mi grata experiencia en Portugal.

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